Coronavirus

lunes, 2 de mayo de 2016




 UN SILFO AMIGO


           Me llamo Jimmy, tengo 13 años y vivo en Madrid, soy un niño normal, me encanta jugar, correr, saltar, y pasar tiempo con mis amigos y amigas.

Un día normal cuando volvía corriendo a casa para estudiar, empecé a sentir que me elevaba unos milímetros del suelo, perdía el equilibrio, una fuerza me empujaba y empezaba a encoger con velocidad. Miré a mi alrededor y por debajo de mis piernas, pero no vi nada hasta que encogí tanto que tan solo medía unos 2 milímetros y fue entonces cuando aprecié que me situaba en un cochecito deportivo rojo que se aproximaría a los 8 o 10 milímetros y conduciéndolo se encontraba un ser fantástico de pelo negro y brillante que le recubría casi todo el cuerpo, a excepción de las extremidades, los ojos y la boca. Observándole mejor pude apreciar que sus ojos eran azules y su boca pequeña. Cuando volví la mirada hacia delante me asusté al ver que nos acercábamos a toda velocidad a un muro. Este ser tan extraño parecía muy tranquilo y seguía sin frenar. Cerré los ojos y al abrirlos estábamos en un mundo muy extraño y distinto.

Estaba tan asustado que a penas pude balbucear unas palabras inconexas, pero la criatura, que debía de ser de una inteligencia muy superior a la mía, o que debía contar al menos con una gran intuición, me dijo con una voz aflautada y suave: tranquilo, todo está bajo control. Te encuentras en mi mundo. El mundo de los silfos, que nosotros conocemos como "..." y pronunció un sonido para el que no hay equivalente humano. Cuando alcé la vista, pude apreciar que era un planeta muy avanzado, con coches voladores y casas y edificios flotantes que se elevaban varios metros del suelo. A continuación, el silfo me dijo que se llamaba Aruac y que era una especie de ser fantástico que dedicaba sus esfuerzos a buscar a niños con habilidades especiales para que les protegiesen de los "esguincos", que eran unos seres malignos que les atacaban con frecuencia.

Según una profecía de su planeta, Jimmy sería el elegido para derrotar de una vez por todas a los esguincos. Jimmy seguía sorprendido, pero aceptó. Aruac llevó a Jimmy a cenar a una sala bastante extraña, en la que los manjares aparecían volando por una especie de ventanitas que había en las paredes, sin necesidad de mesas ni de platos ni de cubiertos. Bastaba con abrir la boca para que la comida más exquisita que hubiese probado jamás volase hasta su garganta.

Aruac le enseñó la ciudad y le dijo que tenían que darse prisa, porque aunque el tiempo era más lento en su mundo y solo habían pasado un par de minutos desde la desaparición de Jimmy, no podían arriesgarse a que nadie le echase en falta. Antes de despedirse de él, le dio un pequeño transmisor por el que le llamaría cuando tuviesen necesidad de su ayuda y súbitamente le montó de nuevo en el coche y le devolvió al sitio de dónde le había recogido. En un santiamén, Jimmy volvió a su tamaño humano. 

Jimmy pensó que lo había soñado hasta que vio el pequeño transmisor en su mano. Todavía aturdido por lo que había pasado, llegó a su casa y ahora está esperando que le llame su amigo Aruac, para su primera misión.


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